LA SEQUÍA, UN MAL DE TODOS   

 

Se habla hoy de sequía y queremos soluciones inmediatas. Sin embargo, la cuestión es mucho más profunda y complicada y no se reduce simplemente a conseguir el agua que necesitamos hoy para regar nuestros campos, la cuestión es de futuro y tiene unos claros culpables, todos nosotros. De ahí que haya habido una cumbre internacional para tratar este tema del agua, aunque como es habitual se llegarán a unas conclusiones que en las que se intentará reducir el impacto que supone la sequía, pero sin atajar el problema fundamental: el excesivo consumo humano en todos los sentidos.

Ese consumo está acabando con los recursos naturales de la tierra y con su ciclo normal. Las pautas que mantenían la tierra con vida están siendo minadas por la acción del hombre y eso no nos puede llevar más que a destruirnos nosotros mismos. Valgan unos datos para ilustrar lo que estamos haciendo.

Cada año se destruyen 17 millones de hectáreas de selva tropical, el equivalente a algo más de cuatro veces Suiza. A ese ritmo en 30 años, de un 5 a un 10% de especies pueden extinguirse, puesto que la mayoría viven en estos bosques. Esa cifra es de cualquier forma la menos alarmante, ya que es probable que algunas selvas tropicales se extingan antes de que esta generación perezca. El 25% de las especies vegetales del mundo se pueden extinguir en las próximas tres décadas. Pero no sólo estamos destruyendo las selvas, que no son el pulmón del mundo, pero sí cumple una función fundamental en la distribución de las precipitaciones, estamos destruyendo toda la variedad de ecosistemas que existen en la tierra, desde los bosques europeos, pasando por los ecosistemas mediterráneos, y todos los sistemas acuáticos, que son mucho más frágiles. Y las perspectivas no son nada halagüeñas, ya que hay que tener en cuenta el ritmo de crecimiento de la población humana, una población que quiere vivir como los países desarrollados, es decir, de forma destructiva.

En la mayoría de los países con tasa de natalidad elevada casi la mitad de la población tiene menos de 16 años. Debido a la estructura de edades cuando toda esta población se reproduzca, y si lo hace a una tasa igualmente rápida, la población mundial seguirá creciendo de forma alarmante en los próximos 50 años si los recursos lo permiten y si no se produce una catástrofe a nivel mundial. Es probable así, que 1.000 millones de personas se incorporen a la población mundial en las próximas tres décadas. El Ritmo y la magnitud de ese crecimiento y las dimensiones futuras en que se estabilizará la población mundial de penderán de las medidas sociales y económicas que se adopten.

A medida que aumentan estas cifras y va avanzando la tecnología, la humanidad ha ido absorbiendo una proporción cada es mayor de los recursos de la tierra. Se estima que la especie humana utiliza el 39% de la producción primaria de la Tierra, fuente energética básica para el funcionamiento del cualquier ciclo vital de este planeta. Esta tendencia es totalmente insostenible a largo plazo. Los sistemas naturales del mundo no darán abasto frente a la demanda cada es mayor de producción primaria necesaria para satisfacer las necesidades adicionales de la población y el consumo humano.

A todo este consumo hay que añadir las emanaciones de dióxido de carbono causantes de la lluvia ácida o del cambio climático, entre otras cosas. Un dióxido que podría haber sido absorbido por bosques y plantas a través de la fotosíntesis. Sin embargo, estamos acabando con los árboles y plantas que nos protegen de esos efectos. Si no los protegemos el efecto invernadero y el calentamiento de la tierra será cada vez más patente. Uno de sus efectos es, por supuesto, la sequía y más en nuestro país, pues estamos muy cerca de la franja climática subdesértica, que se encuentra justo al sur de España. La zona desértica más extensa comienza en la costa Atlántica de Africa del Norte, comprendiendo El Sahara, el desierto de Libia y continúa en Asia con el desierto de Arabia y más allá por el Irán meridional, hasta la India. Si seguimos a este ritmo, destruyendo los árboles y aumentando las emanaciones de dióxido de carbono, la temperatura de la tierra subirá y, por tanto, la franja subdesértica podrá extenderse, si no lo está haciendo ya, hacia el sur peninsular.

La sequía no es, por tanto, un capricho climático, sino producto de nuestras actuaciones. De ahí que sea necesario un cambio de mentalidad a nivel global si no queremos tener un desierto en el sur de España.

 

Escribe:  Marta Elía